Deshaciendo el nudo. Taller quincenal abierto

Hola a todos/as

Estamos entusiasmados con poder compartir con vosotros en esta nueva entrada la puesta en marcha de un nuevo proyecto. Este mes de febrero iniciamos la aventura de abrir un espacio de encuentro grupal, donde dos jueves al mes nos encontraremos para conocernos un poco mejor a nosotrøs mismos y a løs demás, en un ambiente relajado y tranquilo, donde el grupo será un apoyo y una motivación.

Mi intención es la de crear espacio de encuentro abierto; un lugar donde cada uno decide libremente cuando acudir y disfrutar de la sinergia del grupo.

Un lugar donde experimentar en un ambiente seguro aspectos de nuestro día a día cotidiano; de cómo y de qué manera nos relacionamos con nuestro propio cuerpo, con nuestras emociones y con nuestras necesidades.

A través de ejercicios sencillos y dinámicas grupales nos iremos “dando cuenta” de lo que hacemos, percibimos, sentimos y pensamos de nosotrøs y de los demás. Utilizaremos la relación con el grupo para facilitar y potenciar esa toma de conciencia.

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Sobre el miedo

Desde el momento que somos lanzados y lanzadas a la aventura de la vida, camina junto a nuestro lado un compañero inseparable que, de tan acostumbrados que estamos a su presencia, hasta olvidamos que está ahí. Nacemos, crecemos, evolucionamos, nos relacionamos y morimos junto a ese acompañante fiel; el miedo.

Y, claro, como todo compañía, es de suma importancia cómo nos relacionamos con ella. Qué relación establecemos con esa emoción: ¿Nos dejamos aconsejar por ella? ¿La evitamos? ¿La ignoramos? ¿La llevamos como una pesada carga? ¿La ocultamos a los demás? ¿Nos avergonzamos de ella? ¿La negamos? ¿Nos paraliza? ¿Nos limita?

El miedo es una de las cuatro emociones básicas junto con la alegría, tristeza y la rabia.. Su función principal es la de avisarnos de situación que conlleva un riesgo para nuestra integridad. Que tengamos en cuenta que podemos sufrir daños. Esa es su función biológica; la de mostrarnos el peligro y darnos la posibilidad de escapar, atacar o defendernos. Por tanto el miedo tiene una función adaptativa, de protección del individuo y de la especie. Valoramos el peligro y reaccionamos en función de lo que es mejor para nuestra supervivencia.

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Cariño… Tenemos que hablar (II)

Segunda Parte: La intervención terapéutica

Y así es como llega la pareja a la sesión: con una sensación de que hay un problema grave que no son capaces de resolver. La terapia intenta que las parejas encuentren soluciones a sus problemas dentro de su particular manera de funcionar, de ninguna manera imponiendo la visión o los prejuicios del terapeuta. Como he dicho antes son ellos los que definen su modelo de pareja.

La intervención se plantea desde varios puntos. Antes que nada es importante dilucidar si ambos quieren seguir siendo pareja y cual es la motivación que les mueve al venir. Acudir a terapia de pareja no es sinónimo de arreglar nada. Es posible que durante la terapia nos demos cuenta que no podemos o queremos continuar con el modelo que teníamos hasta el momento, o de darnos cuenta que el proyecto que iniciamos con la otra persona no tiene futuro, o ya no nos satisface o no lo queremos continuar o… A veces la mejor manera de continuar es aceptar la ruptura y si esta se produce en terapia se puede dar la oportunidad de cerrar la relación de una manera harmoniosa y amorosa. Una ruptura no debe ser tomada como un fracaso.

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Cariño… tenemos que hablar

Primera parte: La pareja y el conflicto

¿Quién no ha escuchado esa frase y se ha puesto a temblar? Yo sí, y la he escuchado o dicho, cuando en mi relación de pareja algo ha estado yendo mal durante un tiempo y uno de los dos ha puesto de manifiesto su incomodidad o cansancio con una situación. Unas veces (la mayoría) el tema a tratar serán las cuestiones relacionadas con los ajustes normales en toda relación cosas tan sencillas como renegociar quién lava la ropa o saca el perro a pasear. Otras veces los temas a tratar serán más importantes y pueden estar incluidas desde la educación de los hijos a la gestión económica y, por último nos encontramos ante aquellas situaciones en las que se ha llegado a un punto tal que la relación ya está seriamente dañada o uno de los integrantes ya no puede más.

Todos  tenemos una necesidad de pertenencia, de establecer vínculos, de sentirnos parte de algo que nos aporte seguridad, reconocimiento y cariño. En la mayoría de casos, en nuestra sociedad, la pareja es ese vínculo, esa relación. La pareja, desde mi punto de vista, es el vínculo entre dos personas que deciden tener un proyecto común en el tiempo en el que hay cabida para la amistad, el compromiso y el sexo. El contenido y la forma de ese vínculo es lo que nos toca definir a cada uno de nosotros. Es decir; no hay una manera de entender la pareja, sino que cada pareja decide cómo quiere que sea su proyecto: cuánto tiempo quieren estar juntos, de qué manera y cuántas veces se van a ver, objetivos de la relación, compromisos de uno y otro, límites, motivos de ruptura, maneras de relacionarse con las familias de ambos, si van a tener descendencia…. Y así podíamos estirar la lista hasta casi el infinito.

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Poniendo límites II

2ª Parte: Mostrándonos al mundo

Esta semana queremos compartir el segundo post dedicado a algo siempre complicado en nuestro día a día: los límites.

El hecho de poner límites tendemos a verlo casi siempre desde la perspectiva de la protección. Los relacionamos con decir que no, con la posibilidad de evitar que nos hagan daño, que nos invadan, que nos agredan.

En esta ocasión vamos a intentar poner la mirada en el lado opuesto. Más que en el beneficio inmediato que poner un límite nos puede aportar, nos centraremos en mostrar las posibilidades que se nos abren al ponerlos. Cuando establecemos claramente un límite y éste está basado en una necesidad, nos estamos protegiendo. Si sabemos qué es lo que no queremos para nosotros, qué es lo que nos hace daño, nos disgusta, agrede o avergüenza; también, haciendo un pequeño giro podremos descubrir lo que queremos para nosotros, lo que nos gusta, nos sienta bien, nos proporciona placer, nos alegra o nos produce ternura. Visto de esta manera los límites nos ponen en contacto con lo que necesitamos y nos dan la oportunidad  de pedir, de dar, de recibir y, en última instancia, mostrarnos al mundo tal como somos.

Pedir, dar y recibir merecen ser tratadas con cariño y extensión, así que en breve cada una de estas acciones tendrá su respectiva entrada en el blog. El de hoy irá dedicado al “mostrarse” y lo que nos implica.

¿Qué significa eso de “mostrarse”?

Mostrar(nos) es un concepto muy amplio que incluiría cualquier acción que nos haga interactuar en un entorno con más personas. Mostrarnos es saludar al vecino, dar nuestra opinión en una conversación de trabajo o expresar que tenemos miedo. Es defender un ideal o callarnos cuando no queremos llamar la atención. Hagamos lo que hagamos nos mostramos, incluso cuando intentamos no hacerlo: escondernos  o intentar pasar desapercibidos también es una forma de mostrarnos en nuestro entorno (de no-mostrarnos). El sentido que le queremos dar aquí es el de dejar que nos vean de manera real, integral, tal como somos, de una manera que incluya tanto los aspectos con los que nos gusta identificarnos como los que nos resultan incómodos o desagradables que, no lo olvidemos, son parte de nosotros.

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Poniendo límites I

1ª Parte : El respeto a la propia necesidad.

Un límite es una línea real o imaginaria que separa dos cosas, una frontera, un tope. Así lo podemos definir en lo material (una valla, una frontera, una señal de peligro) y también en el campo emocional y relacional.

El tema de poner límites es más complejo de lo que en inicio parece. “No es tan complicado, solo hay que decir que no o decir basta”. Pues no, no es tan fácil. En el complicado mundo de las relaciones, establecer límites nos confronta con nosotros mismos y con los demás. Si no escuchamos la propia necesidad a veces nos pasamos poniéndolos, o los ponemos muy lejos (con lo cual nos aislamos) o son demasiado rígidos, o no los dejamos claros y con ello provocamos confusión o directamente no los ponemos o….Si nos relacionamos constantemente estamos poniendo, quitando, cambiando y moviendo límites en nosotros mismos y con quien nos relacionamos.

Los primeros límites se nos empiezan a poner en la más tierna infancia cuando se nos dice “no”. Cuando nuestros padres o educadores nos ponen un límite y no nos permiten hacer alguna cosa (aparte de fastidiarnos enormemente) están formando nuestra personalidad. Cuando al niño se le pone un límite se establecen las bases para que entienda que él no es omnipotente, que no lo es todo ni lo puede tener o hacer todo. Al poner un límite al niño, la persona que se lo pone le está diciendo “yo también existo”, es decir, hay más cosas aparte de ti. En la educación de un hijo poner límites puede significar en un acto de amor y cuidado (que la gran mayoría de veces requiere de aplomo, perseverancia y resistencia a los más que probables lamentos o lloros del pequeño) ya que se van asentando las bases para que el niño pueda sostener la frustración. Los límites son una guía donde el niño se sustenta y, con ellos, se le está enseñando a “ver al otro” y a través de ello desarrollar la empatía. Pero este no va a ser un post sobre la importancia de los límites en la infancia, sino que quiere tratar de cómo nos afecta a los adultos.

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Sobre la Vulnerabilidad

Vulnerable. (Del lat. vulnerabĭlis).

1.   adj. Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente.

Y llega el día en que en una sesión de terapia surge el tema de la vulnerabilidad y cómo nos relacionamos con ella, qué nos despierta, qué significado adquiere para nosotros.

En muchos casos (y casi siempre por parte del sector masculino) la respuesta es una cara de susto o disgusto. E inmediatamente contestamos que nos parece, como poco, desagradable, que nos asusta, que nos disgusta tenerla aunque sea inevitable o, en algunos casos, que no tenemos de eso.

Vulnerabilidad  nos suena a debilidad, fragilidad. Es un estado que inmediatamente nos contacta con el miedo; sobre todo a los que poseemos caracteres controladores u orientados a la acción.

En nuestra sociedad estamos educados en la protección de nuestra individualidad. El mundo es agresivo y hostil, así pues abrirnos emocionalmente a los otros nos enfrenta a la posibilidad de que nos hagan daño y de movernos en un espacio incómodo donde no podemos controlar lo que ocurrirá.

La posibilidad de reconocer qué circunstancias o situaciones nos hacen vulnerables  también nos enfrenta a la idea de fracaso en los que vamos (me incluyo) por la vida de “Juan Palomo”; los de “yo puedo con todo”. En este caso aceptar que somos vulnerables nos enfrenta a que “quizás” necesitemos ayuda de los demás, que no somos tan independientes como nos creemos, tan fuertes o invulnerables como nos gustaría ser.

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Asertividad: Claro, Concreto y Conciso

Aquí estamos de nuevo. Después algún tiempo y tras el parón de  las vacacacions  con la intención y el compromiso de actualizar este blog, aportando y compartiendo artículos,  información o reflexiones que os puedan ser útiles e interesantes.

El nuevo arranque lo hacemos con un artículo de nuestro colaborador y amigo Joan Montero, terapeuta gestalt, coach y formador. Este artículo fue publicado recientemente en su blog.

Esperamos que os guste

A menudo, en las relaciones interpersonales, el origen de muchos conflictos, discusiones o malos entendidos, gira entorno a la comunicación.  Entre lo que uno quiere decir y lo que acaba diciendo, transcurren numerosos factores que distorsionan el mensaje. ¿Cómo podemos superar estas barreras?

Suelo recomendar a los clientes y en los grupos que facilito que para tener una buena comunicación hay que seguir la regla de las tres C’s: claro, concreto y conciso. A continuación vamos a ver qué sentido tiene aplicar esta regla:

CLARO: Es aquello que puede diferenciarse con facilidad, resulta sencillo de entender y es indudable.

CONCRETO: Se suele oponer a lo general o abstracto, ya que está referido a algo determinado y preciso.

CONCISO: Es posible asociarlo con lo imprescindible para generar sentido. Todo lo superfluo o accesorio, por tanto, escapa de la concisión.

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Qué es eso que siento? Identificando la emoción

Somos seres humanos, somos seres emocionales. En los últimos años se está cambiando la concepción de que ante todo éramos “racionales”, para llegar a una idea totalmente opuesta. Lo racional ocupa alrededor de un 10% de nuestra actividad. El resto son procesos que escapan en gran parte a nuestro control: automatismos, aprendizajes, sensaciones, emociones…

Si tomamos las emociones como procesos bioquímicos, literalmente estamos bañados en emociones. Por nuestro interior circula una sopa emocional constituida por impulsos eléctricos, neurotransmisores, hormonas…. La emoción no es algo que ocurra en ciertos momentos de nuestra vida, algo aislado sin conexión; al contrario, la emoción es un continuo que va variando de forma e intensidad. Siempre, en todo momento existe en nosotros una (o más de una) emoción. Cada acción, sensación o pensamiento tiene asociada una emoción, así que,  por mucho que queramos (o creamos que lo podemos hacer) no podemos sólo pensar o actuar. Nuestra vida es un continuo formado por percepción – sensación – emoción – acción – pensamiento y las relaciones que se producen entre los anteriores. Mirado así, las posibilidades entonces se vuelven infinitas.

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El culpador y el culpado

Hola a todos. Esta semana contamos con la presencia de Joan Montero, colaborador de Aidam, el cual estará impartiendo en nuestro centro un curso sobre iniciación al Eneagrama los días 8, 9 y 10 de junio.

Queremos compartir con vosotros un artículo de Joan publicado en su blog sobre un recurso del que todos disponemos para dificultarnos nuestra vida: La culpa. Esperamos que os guste
A menudo solemos culpabilizarnos de pensamientos o acciones y en realidad no nos planteamos de donde proviene esa culpa. Es bueno plantearse en alguna ocasión: ¿la culpa es mía?

Según N. Levy cuando uno dice “me siento culpable”, en realidad está nombrando una parte de su realidad psicológica, con una mitad de lo que está ocurriendo en ese momento…. el culpado. La otra mitad es la que no se suele percibir, es la voz del culpador que es justamente lo que hace que uno se sienta culpable.

“La culpa depende de la relación de los dos aspectos internos y el rol que desempeñen en la relación: el culpador y el culpado”.

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