Hemos aprendido a ser padres

Cuando decidimos tener hijos nos sentimos muy ilusionados imaginando la maravilla y el milagro que es traer al mundo un nuevo ser. Cuando nace nos sentimos abrumados por la responsabilidad, por la torpeza, por sentirnos incapaces de comprender qué pasa con este ser tan pequeñito cuando lo único que sabe hacer es llorar si algo le incomoda.

Deseamos que el tiempo pase y que el bebé empiece pronto a hablar para  que pueda comunicarnos qué es lo que le duele y  qué quiere, pues no siempre sabemos interpretarlo.

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¡No quiero vivir así!

En consulta es habitual encontrarse con personas que están transitando un momento vital en el que se plantean si quieren seguir viviendo o no, o que reflexionan sobre el hecho de no querer seguir viviendo como hasta ahora.

¿Alguna vez te has sentido cansado de vivir muerto? ¿Sin ganas de seguir?

¿Sin ver la salida? ¿Confundido? ¿Sin ánimo, sin ganas, sin un sentido que te haga de motor?

Es habitual que en algún momento de la vida las personas topemos con alguna crisis existencial. Las cosas no van como nos gustaría o como habíamos imaginado con anterioridad. En las relaciones con los demás surgen obstáculos, miedos, inseguridades, que se cuelan inconscientemente en la forma de estar en contacto con el otro, con los otros. Momento en el que aparecen dudas, confusión, reflexiones sobre cómo está nuestra vida, qué sentido tiene y dónde la persona se enfrenta a sus planteamientos y a un análisis de cómo de perdido está. Trabajo, familia, pareja, hijos, aspectos personales que de alguna manera te ponen delante preguntas existenciales que no sabemos abordar. Todo esto trae insatisfacción y frustración y, en algunas personas, la forma extrema de sentirla es conectar con las ganas de morir y desaparecer. Son habituales en consulta comentarios como “¡Total para que! ¡Dudo que afecte mucho si me voy!”

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Me doy cuenta

Una de las maneras de definir la terapia Gestalt es la “terapia del darse cuenta”. Como nombre está bien, ahora bien; darse cuenta de qué y para qué. Qué se persigue con algo que en principio parece tan obvio como darse cuenta de…

Darnos cuenta de algo nos da la posibilidad de reconocerlo en su justa medida, de valorarlo, de saber si nos gusta o no. En terapia es una valiosísima herramienta que nos abre la puerta del cambio. Así que hemos lanzado este post para intentar  acercar y ampliar este concepto; pilar básico de la terapia Gestalt. Como siempre, esperamos que os guste.

En primer lugar tomar consciencia de nuestras sensaciones corporales, de nuestras emociones, sentimientos y de nuestros pensamientos nos permite contactar con un primer nivel de darse cuenta.  El simple hecho de tomar consciencia ya incide en la persona y la sumerge en el proceso de  empezar a ser observador de uno mismo para poder discernir aquello que nos hace daño y aquello que nos sienta bien. Poco a poco, este ejercicio, que parece complicado y requiere de voluntad y entrega, va resultando más fácil. Muy a menudo uso el símil de aprender a conducir. Inicialmente vamos atentos a todo, con una atención con tensión, pensando los movimientos y la marcha que hay que poner. Con la práctica el conductor va relajándose hasta el punto de mantener una atención más relajada y automatizar los movimientos. Es decir, este primer darse cuenta nos empieza a centrar en nosotros mismos, en un continuo de atención de lo que hago y cómo lo hago.

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El mágico mundo de la fantasía…

¿Quién de vosotros no ha vivido la siguiente situación? Os presentan a alguien que os atrae (es un amigo/a de un amigo, el nuevo jefe/a de sección, el nuevo informático/a, el primo/a de tu vecino…), inmediatamente te descubres imaginando toda la historia de que os conocéis, os besáis, lo bien que lo váis a pasar a partir de ahora, qué sucederá,  dónde alquilaréis piso juntos…¡ y algunos incluso tenemos hijos o compartimos cuenta bancaria con personas que ni siquiera conocemos!  y ¿a cuántos de vosotros os ha pasado el llevaros el chasco  de vuestra vida cuando a los días siguientes os enteráis que ya tiene pareja, que está casado/a, que no es de tu misma orientación sexual o que no vive en tus proximidades?

¿A cuántos de vosotros os ha pasado el recibir una buena notícia en el trabajo (un simple chismorreo), habéis imaginado como os lo concedían, os habéis ilusionado desarrollando un nuevo proyecto y cómo lo llevaríais a cabo…y finalmente todo resulta ser un bulo, te quedas a cuadros y de muy mala leche? ¡venga otro chasco! Y así uno detrás de otro…

Me podría pasar horas poniendo ejemplos. Todos los hemos vivido, cada cual con su estilo y su manera de hacer, con su intensidad y frecuencia. Algunos somos maestros de la fantasía, otros no tanto….algunos podemos estar gran parte del día fantaseando aunque con historias nímias e irrelevantes, otros quizás no lo hacen tan a menudo aunque la situación imaginada y fantaseada pueda ser más importante y traerle más dolores de cabeza, otros casi no fantasean y otros no fantasean y casi que ni se dan cuenta de que no lo hacen. Mil y una posibilidades…como personas hay.

A partir de aquí surgen varias cuestiones al respecto ¿cuál es el límite en que una fantasía pasa de ser sana a generar malestar?, ¿cómo afecta en mi vida el hecho de fantasear? ¿en qué momento dejo de ser realista y empiezo a divagar por mis mundos interiores?,  ¿cómo me doy cuenta de ello?, fantasear e imaginar es saludable ¿no?, ¿qué pasa con las personas que no fantasean nada? ¿Y con las que lo hacen continuamente?

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