¡No quiero vivir así!

En consulta es habitual encontrarse con personas que están transitando un momento vital en el que se plantean si quieren seguir viviendo o no, o que reflexionan sobre el hecho de no querer seguir viviendo como hasta ahora.

¿Alguna vez te has sentido cansado de vivir muerto? ¿Sin ganas de seguir?

¿Sin ver la salida? ¿Confundido? ¿Sin ánimo, sin ganas, sin un sentido que te haga de motor?

Es habitual que en algún momento de la vida las personas topemos con alguna crisis existencial. Las cosas no van como nos gustaría o como habíamos imaginado con anterioridad. En las relaciones con los demás surgen obstáculos, miedos, inseguridades, que se cuelan inconscientemente en la forma de estar en contacto con el otro, con los otros. Momento en el que aparecen dudas, confusión, reflexiones sobre cómo está nuestra vida, qué sentido tiene y dónde la persona se enfrenta a sus planteamientos y a un análisis de cómo de perdido está. Trabajo, familia, pareja, hijos, aspectos personales que de alguna manera te ponen delante preguntas existenciales que no sabemos abordar. Todo esto trae insatisfacción y frustración y, en algunas personas, la forma extrema de sentirla es conectar con las ganas de morir y desaparecer. Son habituales en consulta comentarios como “¡Total para que! ¡Dudo que afecte mucho si me voy!”

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Sobre el miedo

Desde el momento que somos lanzados y lanzadas a la aventura de la vida, camina junto a nuestro lado un compañero inseparable que, de tan acostumbrados que estamos a su presencia, hasta olvidamos que está ahí. Nacemos, crecemos, evolucionamos, nos relacionamos y morimos junto a ese acompañante fiel; el miedo.

Y, claro, como todo compañía, es de suma importancia cómo nos relacionamos con ella. Qué relación establecemos con esa emoción: ¿Nos dejamos aconsejar por ella? ¿La evitamos? ¿La ignoramos? ¿La llevamos como una pesada carga? ¿La ocultamos a los demás? ¿Nos avergonzamos de ella? ¿La negamos? ¿Nos paraliza? ¿Nos limita?

El miedo es una de las cuatro emociones básicas junto con la alegría, tristeza y la rabia.. Su función principal es la de avisarnos de situación que conlleva un riesgo para nuestra integridad. Que tengamos en cuenta que podemos sufrir daños. Esa es su función biológica; la de mostrarnos el peligro y darnos la posibilidad de escapar, atacar o defendernos. Por tanto el miedo tiene una función adaptativa, de protección del individuo y de la especie. Valoramos el peligro y reaccionamos en función de lo que es mejor para nuestra supervivencia.

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Poniendo límites II

2ª Parte: Mostrándonos al mundo

Esta semana queremos compartir el segundo post dedicado a algo siempre complicado en nuestro día a día: los límites.

El hecho de poner límites tendemos a verlo casi siempre desde la perspectiva de la protección. Los relacionamos con decir que no, con la posibilidad de evitar que nos hagan daño, que nos invadan, que nos agredan.

En esta ocasión vamos a intentar poner la mirada en el lado opuesto. Más que en el beneficio inmediato que poner un límite nos puede aportar, nos centraremos en mostrar las posibilidades que se nos abren al ponerlos. Cuando establecemos claramente un límite y éste está basado en una necesidad, nos estamos protegiendo. Si sabemos qué es lo que no queremos para nosotros, qué es lo que nos hace daño, nos disgusta, agrede o avergüenza; también, haciendo un pequeño giro podremos descubrir lo que queremos para nosotros, lo que nos gusta, nos sienta bien, nos proporciona placer, nos alegra o nos produce ternura. Visto de esta manera los límites nos ponen en contacto con lo que necesitamos y nos dan la oportunidad  de pedir, de dar, de recibir y, en última instancia, mostrarnos al mundo tal como somos.

Pedir, dar y recibir merecen ser tratadas con cariño y extensión, así que en breve cada una de estas acciones tendrá su respectiva entrada en el blog. El de hoy irá dedicado al “mostrarse” y lo que nos implica.

¿Qué significa eso de “mostrarse”?

Mostrar(nos) es un concepto muy amplio que incluiría cualquier acción que nos haga interactuar en un entorno con más personas. Mostrarnos es saludar al vecino, dar nuestra opinión en una conversación de trabajo o expresar que tenemos miedo. Es defender un ideal o callarnos cuando no queremos llamar la atención. Hagamos lo que hagamos nos mostramos, incluso cuando intentamos no hacerlo: escondernos  o intentar pasar desapercibidos también es una forma de mostrarnos en nuestro entorno (de no-mostrarnos). El sentido que le queremos dar aquí es el de dejar que nos vean de manera real, integral, tal como somos, de una manera que incluya tanto los aspectos con los que nos gusta identificarnos como los que nos resultan incómodos o desagradables que, no lo olvidemos, son parte de nosotros.

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Poniendo límites I

1ª Parte : El respeto a la propia necesidad.

Un límite es una línea real o imaginaria que separa dos cosas, una frontera, un tope. Así lo podemos definir en lo material (una valla, una frontera, una señal de peligro) y también en el campo emocional y relacional.

El tema de poner límites es más complejo de lo que en inicio parece. “No es tan complicado, solo hay que decir que no o decir basta”. Pues no, no es tan fácil. En el complicado mundo de las relaciones, establecer límites nos confronta con nosotros mismos y con los demás. Si no escuchamos la propia necesidad a veces nos pasamos poniéndolos, o los ponemos muy lejos (con lo cual nos aislamos) o son demasiado rígidos, o no los dejamos claros y con ello provocamos confusión o directamente no los ponemos o….Si nos relacionamos constantemente estamos poniendo, quitando, cambiando y moviendo límites en nosotros mismos y con quien nos relacionamos.

Los primeros límites se nos empiezan a poner en la más tierna infancia cuando se nos dice “no”. Cuando nuestros padres o educadores nos ponen un límite y no nos permiten hacer alguna cosa (aparte de fastidiarnos enormemente) están formando nuestra personalidad. Cuando al niño se le pone un límite se establecen las bases para que entienda que él no es omnipotente, que no lo es todo ni lo puede tener o hacer todo. Al poner un límite al niño, la persona que se lo pone le está diciendo “yo también existo”, es decir, hay más cosas aparte de ti. En la educación de un hijo poner límites puede significar en un acto de amor y cuidado (que la gran mayoría de veces requiere de aplomo, perseverancia y resistencia a los más que probables lamentos o lloros del pequeño) ya que se van asentando las bases para que el niño pueda sostener la frustración. Los límites son una guía donde el niño se sustenta y, con ellos, se le está enseñando a “ver al otro” y a través de ello desarrollar la empatía. Pero este no va a ser un post sobre la importancia de los límites en la infancia, sino que quiere tratar de cómo nos afecta a los adultos.

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Sobre la Vulnerabilidad

Vulnerable. (Del lat. vulnerabĭlis).

1.   adj. Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente.

Y llega el día en que en una sesión de terapia surge el tema de la vulnerabilidad y cómo nos relacionamos con ella, qué nos despierta, qué significado adquiere para nosotros.

En muchos casos (y casi siempre por parte del sector masculino) la respuesta es una cara de susto o disgusto. E inmediatamente contestamos que nos parece, como poco, desagradable, que nos asusta, que nos disgusta tenerla aunque sea inevitable o, en algunos casos, que no tenemos de eso.

Vulnerabilidad  nos suena a debilidad, fragilidad. Es un estado que inmediatamente nos contacta con el miedo; sobre todo a los que poseemos caracteres controladores u orientados a la acción.

En nuestra sociedad estamos educados en la protección de nuestra individualidad. El mundo es agresivo y hostil, así pues abrirnos emocionalmente a los otros nos enfrenta a la posibilidad de que nos hagan daño y de movernos en un espacio incómodo donde no podemos controlar lo que ocurrirá.

La posibilidad de reconocer qué circunstancias o situaciones nos hacen vulnerables  también nos enfrenta a la idea de fracaso en los que vamos (me incluyo) por la vida de “Juan Palomo”; los de “yo puedo con todo”. En este caso aceptar que somos vulnerables nos enfrenta a que “quizás” necesitemos ayuda de los demás, que no somos tan independientes como nos creemos, tan fuertes o invulnerables como nos gustaría ser.

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