Qué es eso que siento? Identificando la emoción

Somos seres humanos, somos seres emocionales. En los últimos años se está cambiando la concepción de que ante todo éramos “racionales”, para llegar a una idea totalmente opuesta. Lo racional ocupa alrededor de un 10% de nuestra actividad. El resto son procesos que escapan en gran parte a nuestro control: automatismos, aprendizajes, sensaciones, emociones…

Si tomamos las emociones como procesos bioquímicos, literalmente estamos bañados en emociones. Por nuestro interior circula una sopa emocional constituida por impulsos eléctricos, neurotransmisores, hormonas…. La emoción no es algo que ocurra en ciertos momentos de nuestra vida, algo aislado sin conexión; al contrario, la emoción es un continuo que va variando de forma e intensidad. Siempre, en todo momento existe en nosotros una (o más de una) emoción. Cada acción, sensación o pensamiento tiene asociada una emoción, así que,  por mucho que queramos (o creamos que lo podemos hacer) no podemos sólo pensar o actuar. Nuestra vida es un continuo formado por percepción – sensación – emoción – acción – pensamiento y las relaciones que se producen entre los anteriores. Mirado así, las posibilidades entonces se vuelven infinitas.

De las emociones me gustaría resaltar algunas características:

  • Van vinculadas a toda sensación, acción y pensamiento que tengamos.
  • A través de ellas nos reconocemos nosotros mismos. El hecho de cómo nos vemos, nos relacionamos con nosotros, los adjetivos que nos damos, cómo nos percibimos; llevan inevitablemente asociadas emociones
  •  Son nuestro puente con el mundo, es decir, la emoción es una vivencia totalmente propia e interna que surge en la interacción entre nosotros y el mundo exterior. Valoramos, juzgamos, ansiamos, queremos, tememos, anhelamos el mundo externo a través de nuestras emociones. Transformamos el mundo, interactuamos con él de acuerdo con nuestra estructura emocional
  •  Son energía vital. Forman parte del impulso de “ir hacia”,  de estar en el mundo y de relacionarnos con él.
  •  Nuestra memoria, la acumulación de recuerdos y vivencias que conforman nuestro yo viene marcada por los objetos emocionales, por las situaciones que nos han impactado. Los datos de nuestra memoria tienen un fuerte componente emocional.

Dentro del trabajo psicoterapéutico es de gran importancia la identificación de lo que nos gusta y lo que no nos gusta (como ya comentamos en otro post, una de las maneras de definir la neurosis es el olvido de los propios deseos y necesidades para obedecer los mandatos, necesidades o exigencias externas). En el reino animal es de extrema importancia la identificación de lo nutritivo/toxico, agradable/desagradable para la supervivencia de la especie; así que somos una curiosa especie que es capaz de seguir (sobre)viviendo sin identificar que nos gusta o nos desagrada y seguir obrando en función de lo que nos imponen.

Es una situación de lo más habitual en terapia, que la persona que acude tenga una conciencia “difusa” de sus emociones. Los más emocionales (entre los que me encuentro) tienen la sensación de que sienten muchas cosas, de que hay un torrente emocional interno que guía su vida; “es que yo siento mucho” o “yo no siento nada” suele ser la manera en que lo expresan al principio. Pero en el momento de poner atención, identificar la emoción, ponerle nombre…. Se produce el vacío. En este caso el problema es que la persona se identifica con la emoción, ésta se convierte en un filtro por el que pasan todas las acciones, pero no hay una conciencia de “qué” está realmente sucediendo. Suceden cosas pero no se cuales.

Otros estilos de paciente responden ante la emoción que surge inhibiéndola (sentí algo molesto y no le hice caso), haciendo cualquier tipo de actividad física o intelectual para evitar la molestia que provoca esa emoción, imaginando, haciendo deporte, cocinando, comiendo…. Cualquier cosa para alejarnos de emociones (tristeza, rabia, miedo o alegría) que suponemos nos van a hacer daño o no nos vemos capaces de sostener.

El trabajo terapéutico en la mayoría de los casos (incluido el caso de quien escribe este texto) incluye una especie de “parvulario” emocional, donde la persona hará un pequeño entrenamiento en su día a día de las emociones que se despiertan ante los eventos y situaciones que ocurren en su vida cotidiana: el trabajo, las relaciones con compañeros y jefes, lo que hace en su tiempo libre, qué siente frente actividades con su pareja, sus hijos,….

Para ello, para poderla identificar, es importante poner un poco de distancia con la situación, parar la inercia en la que estamos inmersos, y preguntarnos durante un instante que estoy sintiendo. Para hacerlo más sencillo y no perdernos en la multitud de emociones que pueden surgir es aconsejable limitarlas a las cuatro emociones básicas (alegría, tristeza, miedo y rabia). El descubrir qué emoción nos despierta una situación nos será de gran utilidad. Es importante que podamos identificar las emociones. Identificarlas nos ayudará a vivirlas más plenamente, con más conciencia. Nos abre la posibilidad de descubrir lo que nos gusta y lo que no, identificar lo que consideramos peligroso, o doloroso. Identificar las emociones es el inicio necesario para poder empezar a poner límites, a cuidarnos, a valorarnos.

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