La actual situación económica, la incertidumbre sobre los recortes, la subida de impuestos y el clima de miedo que nos rodea son aspectos que pueden producirnos un aumento del estrés.
¡Si a todo esto le añadimos las relaciones interpersonales como la familia, la pareja, el trabajo, las amistades, podemos afirmar que sufrir estrés está a la orden del día!
A nivel orgánico sabemos que el estrés afecta directamente al Sistema Nervioso Autónomo (SNA), y especialmente al Sistema Nervioso Simpático, el cual es el responsable de dar respuesta ante una situación peligrosa o en la que nos sentimos amenazados.
Esta respuesta se da gracias a la secreción de adrenalina. Una persona expuesta a un continuo estado de estrés genera un aumento de la secreción de adrenalina y otras hormonas, las cuales influyen sobre el hipotálamo, el cual es responsable de segregar cortisol. Niveles elevados de cortisol a la larga nos pueden llevar, entre otras cosas, a una disminución de la acción de nuestro sistema inmunitario y que esto favorezca la aparición de algunas enfermedades.
Partiendo de esta base, sabemos que el estrés de forma continuada afecta al organismo, ahora bien, ¿qué efecto tiene sobre los estados emocionales?
Algunas características son el agotamiento, el cansancio, la irritabilidad, la dificultad para conciliar el sueño, el insomnio, la sensación de estar vulnerable y más susceptible a los estímulos que nos redondean. A veces nos es muy difícil poner palabras a la vivencia del estrés. Son sensaciones que nos pesan, nos agobian, nos generan malestar y una sensación continua de presión. Es importante que ante esta vivencia nos demos un espacio para parar a escuchar qué es lo que nos sucede, que es lo que sentimos. Un espacio para darnos cuenta de las sensaciones que sentimos en el cuerpo y de los estados emocionales que de estas derivan. Una de las características de sufrir estrés es la sensación de confusión y la dificultad de poder definir que es lo que nos pasa. Poner nombre a «esto» que nos pasa nos permite tomar conciencia de lo que estamos viviendo y, desde esta conciencia, probablemente resolveremos nuestro conflicto de manera más efectiva y asertiva.
Ahora, ¿qué pasa cuando con altos niveles de estrés no somos capaces de tomar conciencia de lo que nos pasa, tenemos dificultades para gestionar nuestras emociones y nos topamos ante una sensación y vivencia que nos supera? En estos momentos es cuando debido al exceso de estrés, nuestro organismo responde con niveles elevados de ansiedad o de angustia, pudiéndose manifestar espontáneamente alguna crisis de ansiedad o incluso algún ataque de pánico.
A partir de ahí surge una nueva pregunta: ¿cuál es la diferencia entre la ansiedad y la angustia?
Para responder esta pregunta podríamos escribir un artículo entero. Brevemente, podríamos explicar que inicialmente uno de los rasgos más importantes que las diferencia es la perduración en el tiempo. Imaginemos a una persona que tiene muchos problemas en el trabajo y que esta situación le provoca niveles altos de ansiedad o angustia. Se tratará de ansiedad en el momento que la persona deje de estar en contacto con el factor estresante (trabajo), se coja una baja temporal y los síntomas inmediatamente desaparezcan.
En el caso de la angustia, los síntomas siguen presentes incluso cuando se deja de estar en contacto con el factor estresante. Es posible que la persona tope con un sin sentido, con la sensación de vacío existencial y con insatisfacción vital, las cuales son muy difíciles de definir y concretar. Como decíamos al inicio en relación al estrés, con la angustia también hay una gran dificultad para sostenerse con las sensaciones y emociones que se derivan y al mismo tiempo hay una gran dificultad para definir lo que pensamos y concretarlo en palabras. Todo ello provoca que la vivencia de la angustia perdure más en el tiempo y que genere bastante shodero interno a la persona que la sufre. En el caso de la angustia el trabajo terapéutico irá más encaminado a entender la historia de la persona, de dónde viene y qué experiencias y vínculos lo han condicionado en su pasado con el fin de entender la coyuntura del momento actual donde la persona se puede encontrar con la sensación de no tener suficientes recursos personales para afrontar su presente y las dificultades que se derivan.