Vulnerable. (Del lat. vulnerabĭlis).
1. adj. Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente.
Y llega el día en que en una sesión de terapia surge el tema de la vulnerabilidad y cómo nos relacionamos con ella, qué nos despierta, qué significado adquiere para nosotros.
En muchos casos (y casi siempre por parte del sector masculino) la respuesta es una cara de susto o disgusto. E inmediatamente contestamos que nos parece, como poco, desagradable, que nos asusta, que nos disgusta tenerla aunque sea inevitable o, en algunos casos, que no tenemos de eso.
Vulnerabilidad nos suena a debilidad, fragilidad. Es un estado que inmediatamente nos contacta con el miedo; sobre todo a los que poseemos caracteres controladores u orientados a la acción.
En nuestra sociedad estamos educados en la protección de nuestra individualidad. El mundo es agresivo y hostil, así pues abrirnos emocionalmente a los otros nos enfrenta a la posibilidad de que nos hagan daño y de movernos en un espacio incómodo donde no podemos controlar lo que ocurrirá.
La posibilidad de reconocer qué circunstancias o situaciones nos hacen vulnerables también nos enfrenta a la idea de fracaso en los que vamos (me incluyo) por la vida de “Juan Palomo”; los de “yo puedo con todo”. En este caso aceptar que somos vulnerables nos enfrenta a que “quizás” necesitemos ayuda de los demás, que no somos tan independientes como nos creemos, tan fuertes o invulnerables como nos gustaría ser.
Es por eso que nos desagrada tanto y es por eso que el contacto y la aceptación de la vulnerabilidad requiere cierta dosis de coraje y voluntad; ya que atenta sobre todo contra nuestra autoimagen, contra lo que “deberíamos ser”. Cada uno de nosotros tiene una imagen bastante clara de lo que “debería ser”. Debemos ser fuertes, autónomos, seguros, independientes, eficaces, inteligentes, serviciales, amables, buenos, capaces, divertidos o confiables a toda costa, siempre y en todo momento. La vulnerabilidad también nos conecta con la posibilidad de que no siempre podemos ser así, que hay momentos de cansancio, de desfallecimiento, de necesitar que nos cuiden.
En resumen; la vulnerabilidad nos enfrenta al miedo a que nos hagan daño, al fracaso y a la posibilidad de que no somos “tan…” como nos creíamos. Pero también nos pone en contacto con la vergüenza y la culpa. Nos sentimos avergonzados por hacer o sentir algo que no “deberíamos” hacer o sentir: “los hombres no lloran”, “qué pensarán si ven que no puedo”, “no está bien sentir tristeza”, “sentir esto que estoy sintiendo no está bien”, “no debería necesitar ayuda”…
Así que es necesaria cierta dosis de valentía y perseverancia para contactar con esa parte tan necesaria. ¿Necesaria para que? Si hasta ahora todo lo escrito parece negativo y doloroso. Básicamente es necesaria porque nos hace darnos cuenta de lo que nos daña y nos pone en contacto con qué es lo que necesito, qué es lo que me hace bien.
El hecho de poder cambiar una situación que nos está haciendo daño conlleva primero aceptar que nos pueden hacer daño para después identificar qué es lo que nos hace daño y desde aquí poder establecer un límite para poder decir que no a una petición, a una situación, a una agresión. Si nos consideramos invulnerables, si no contactamos con nuestros propios límites, con lo que nos hace daño no calibramos el impacto que las interacciones con los demás tienen en nosotros.
Es posible que estemos siendo dañados y no nos demos cuenta, es posible que nos dejemos invadir por el otro y nos sintamos molestos por no saber decir que no y no lleguemos a saber qué nos molesta o nos invade. . Nos ayuda a identificar qué nos daña. Si identificamos qué nos daña, por elinación también sabemos que nos hace bien y también nos da la posibilidad de establecer límites de lo que no queremos o nos daña.
Por lo tanto la vulnerabilidad va unida a la autenticidad, a la posibilidad de que establezcamos relaciones más reales, menos teñidas por el miedo. Nos hace más cercanos y accesibles, más humanos. Nos da la posibilidad de experimentar nuevas maneras de relacionarnos, confiando y abriéndonos a los demás. Puede que así incluso nos llevemos la sorpresa de que puede que nos acojan y acompañen. En el peor de los casos, nos daremos cuenta de que somos capaces de sostenernos en el dolor y la tristeza.
Poder mostrarse vulnerable puede ser muy liberador, ya que nos permite soltar nuestras corazas y defensas, que tan pesadas y agotadoras resultan.
A partir de aquí, cuando vemos lo que hay, cuando vemos lo que somos y cómo somos se abre el camino incierto de aceptar cómo somos. De querernos tal y como somos, de sentirnos dignos de ser así. De atrevernos a mostrarnos a los otros tal y como somos; cada vez con menos máscaras; intentando manipular cada vez menos. Confiando en que seremos queridos y aceptados y asumiendo que podemos ser rechazados o no gustar o no ser queridos…. Sin que por ello dejemos de ser dignos de ser quien somos.
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